INFOBAE - Lunes 3 de junio de 2013
Economía social y solidaria: ¿una nueva economía?
Por: Lorena Putero
En las crisis económicas como la que se está dando actualmente en el
mundo, se suele decir que no hay trabajo; sin embargo, en general trabajo hay y
mucho. Aparecen espacios de intercambio directo de trabajo: los trueques. Esto sucedió
en Argentina en la crisis de 2001 y sucede hoy en Grecia y España. Lo que no
hay es empleo, empresarios interesados o con capacidad de contratar y pagarle a
los trabajadores.
Los trueques constituyen uno de los casos más emblemáticos de la llamada Economía
Social o Social y Solidaria. Dicho nombre tiene el objetivo de reforzar la idea,
a veces olvidada, de que la economía no es una ciencia exacta como trata de
plantear desde el neoliberalismo, donde a través de dos o tres cucharas de
ajustes económicos los problemas se resuelven. La economía es una ciencia
social que tiene, o al menos debería tener, como objetivo resolver las
necesidades de la sociedad.
La Economía Social y Solidaria (ESS) -ya sean los emprendimiento y/o
estudios sobre la ESS- van tomando relevancia en ferias, en políticas publicas
y congresos de economía. Poco a poco se abren espacios donde se debaten a qué
nos referimos con dicho término. La respuesta no es única pero podemos
construirla a partir de las características de estas experiencias que se
centran en el trabajo y el ser humano, planteando la rentabilidad como una meta
más pero supeditada a lo anterior. A muchas de estas experiencias debe
sumársele un fuerte compromiso con el cuidado del medio ambiente.
Pero ¿sirve?
La pregunta que rápidamente surge al hablar de ESS es si esta
economía es eficiente, si aporta al crecimiento económico del país, o si
subsiste sólo por ser subsidiada por el Estado.
Para responder resulta necesario reflexionar sobre el concepto de
eficiencia. ¿Qué es una economía eficiente? ¿Aquella que maximiza ganancia? O
¿maximiza la utilización de recursos escasos? El tema de la eficiencia depende de cuál sea nuestro
objetivo. Un emprendimiento que es eficiente para un empresario por sus niveles
de rentabilidad puede no serlo para el conjunto de la sociedad.
Tomemos un ejemplo concreto: el shopping Dot de la empresa IRSA que hace
escaso tiempo saltó a la fama por su responsabilidad en la inundación del
Barrio Mitre es un emprendimiento inmobiliario-comercial rentable. Es uno de
los shopping más importantes del país. Podríamos definirlo como una inversión o
empresa eficiente, sin embargo, su construcción en una zona no apta y sin tomar
medidas preventivas causó daños y al menos perdidas económicas a los vecinos de
barrio Mitre. La situación de emergencia exigió la intervención del Estado:
estamos hablando de los recursos públicos, de todos los contribuyentes. Es
decir, las consecuencias de la destrucción de viviendas en el barrio Mitre
realizada por un empresa privada será solventada por el conjunto de la sociedad
incluyendo a los propios damnificados. Esto constituye un traslado de ingresos
de los sectores de menores ingresos hacia sectores de mayores ingresos. Así es
como subsidiamos emprendimientos de este tipo de manera indirecta, y en este
punto es importante saber que muchas de las empresas capitalistas (ya sea por la
contaminación causada, efectos sociales, de salud u otros) no serían eficientes
si no fuera por este tipo de subsidios. No pagan todos los costos que generan.
Sin embargo, sólo nos cuestionamos el subsidio cuando
es dado a sectores trabajadores, como pueden ser emprendedores o agricultores
familiares. Puede que esta condena se deba a que mientras a los primeros el
subsidio es indirecto, sobre las consecuencias de esa producción, y en los
segundos la transferencia es directa; en general, desde el Estado para que se
realice una acción que se considera positiva para el conjunto de la sociedad:
como el subsidio a cooperativas que trabajan en el mejoramiento barrial,
construcción de viviendas populares o producción familiar de alimentos.
En línea con los gobiernos populares
No es de extrañar que las distintas experiencias de producción,
distribución y consumo de la Economía Social y Solidaria hayan tomado mayor
relevancia en el contexto de los actuales gobiernos populares de América Latina, ya que
comparten principios centrales como la preocupación por el trabajo y el
concepto de que los problemas son económicos y no sólo sociales.
En Argentina podemos hablar de más de 16
mil cooperativas que generan mas de 280 mil puestos de trabajos directos, 500
mil monotributistas sociales y al menos 50 mil núcleos de agricultura familiar.
En Brasil existe la Secretaría
de Economía Solidaria en el Ministerio de Trabajo: allí se
informa que más de 14.900 experiencias involucran a más de un millón de
brasileños. En Ecuador la nueva
constitución define al sistema económico como social y solidario, reconociendo
al ser humano como sujeto y fin. En dicho país existen más de 3800
cooperativas y más de 60.000 unidades de la economía popular (emprendimiento individuales, familiares, etc.).
Venezuela por su parte ha
tenido una política muy agresiva de constitución de cooperativas por considerar
que parte de la democratización y el cambio social provienen de la mano de la
democratización y transformación de las formas productivas.
Bolivia plantea la idea del Buen vivir como propuesta alternativa a los planes de desarrollo
que se concentraban sólo en el crecimiento económico sin analizar cómo se daba
éste, cómo se distribuía y cuáles eran sus consecuencias.
Es importante entender que no se trata de una economía para pobres o con
buena voluntad, se trata de repensar las formas y condiciones económicas que nos
lleven a superar la actual crisis económica y cultural. Al
tradicional cooperativismo que tiene una larga historia que nace con el mismo
capitalismo y que se puede encontrar en cualquier parte del mundo,
Latinoamérica le suma una búsqueda que parte de sus raíces indígenas, luchas
campesinas y obreras donde se empiezan a ver nuevos actores
económicos-sociales-políticos y nuevas formas de organizar la economía para
construir un paradigma nuevo y propio.
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